martes, 2 de enero de 2024

Viajes


Se trataba de un viento áureo, cenital,

un aire mezclado con las sombras que en la estela del mar morían. 

 

Nos empujó el sueño de las alas,

el viaje era un dibujo sobre un papel

que después de memorizarlo rompimos,

como si no quisiéramos dejar huella de nuestra sed de pájaros

en busca de un calor lejano.

 

El automóvil como un animal rodante nos llevaba al sur,

olivares en el horizonte, la arcilla y la teja,

los pueblos en racimo como fruto desprendido de un árbol celeste,

y la memoria de la cal bajo mis párpados

que anticipaban el color donde refulgía la luz.

 

Pero fue el avión un látigo que cruzo la primavera del ensueño,

el país del río gris, del puente y las estatuas, del canto de los violines

como un murmullo de flores, del reloj de los oficios en una esfera luminosa.

 

Y el tren sin mañana, de cristales opacos, y fotos sepia,

cabalgando los raíles, en un tránsito fugaz que nos llevó

hasta el corazón de una ciudad de colinas agrestes

bañadas por la bruma del invierno.

 

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