El tren olvidó las estaciones de tu mar.
La tarde era un candil apagado donde la semilla de tu voz
pronunciaba ecos de sal y rompeolas.
Un ángel dormía en tu pecho con el nimbo
del adiós en las alas,
mirándome como se mira al pájaro que se
aleja entre nubes de olvido.
La palabra fue una lenta flor que nacía
de mi lengua estéril,
pétalos cayendo en tu mejilla como frases
rotas.
Y tú con el frío de la nieve en los ojos
y en los labios la canción del crepúsculo
me señalabas el sendero por donde cabalgan
los caballos de la luz.
Yo lo seguí entre sombras.
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