A ti te debo mis horas blancas cuando
abril amanecía en mi voz
y tú, tañedora de la luz, me entregabas el
silencio más fértil,
tu piel de orquídea, el racimo de un seno
oculto entre mis manos.
A ti mi tapiz de estrellas en el verdor
de un iris,
a ti el púrpura de la aurora a media
tarde,
a ti la tempestad de una lágrima que
lloraba tu ausencia,
a ti el músculo de la vida que me dio
fuerza
para alzarme con las alas de un ángel.
A ti te debo la flor de la ternura con
sus pétalos que acarician mis heridas,
a ti el fruto de una simbiosis feliz con
tus ojos en los míos
como una veta de luz en los párpados de
la noche.
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