Podría decirte que la alegría es una rosa
que se desangra en el viento,
podría, quizá, entornar los ojos desde el
soliloquio de la bruma solo para
que fueras real en mi pupila, podría bajo
los pórticos adormecer tus cabellos
como entonces lo hice con los anulares tocando
el rubio candil de tus hebras,
deslizándose por la lacia red que se
enrosca a mis uñas como un látigo de amor,
como un hilo que me atase a tu ardid con
la voz de una niña buena.
Pero yo quería hablar de porqué el ácido
del deseo no puso raíz
en tu sombra cuando la palabra, con su
luna de fugaz arpegio,
te cubrió de amanecer y la luz como un
diluvio incandescente
mojó nuestra piel aterida de ansias, sin
que abril llegara con la flor
ambigua del miedo a posarse en las hojas de
un árbol que fue humedad
de lluvia fértil sobre el pálpito de aquel
eco que aún retumba y no calla.
Esta noche la memoria se viste de ti y no
deja pasar a la vida.
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