No niega la palabra, pero sí la voz que
responde.
Su manto invisible no es de oro,
es una sombra virgen que posee tu noche,
y aunque te mires en los espejos la
doblez no hará de ti otra,
su silencio crece como una flor negra,
es la madre del pensamiento que no nace a
la luz,
el frío carámbano de una espera sin fin,
la cicatriz que dejaron los cuerpos que
ya no están juntos,
los sonidos que perturban su armonía
se han ido como se van los pájaros al
poniente.
A menudo ante la mesa o el sofá pareces
una estatua de carne,
inmóvil, los ojos detenidos, quizá en el
vuelo de un insecto,
o bien oyes la música que ya nadie oye
como una vieja dama del sur
vestida de organdí mientras te sirves el té
de las cinco, o bien te fijas
en las telarañas de los techos, también
sola la araña que eres tú
esperando una compañía que nunca llega.
Pero tienes memoria y objetos que son tu
pasado: fotografías, muebles, cuadros, joyas…
y un antiguo diario en el que ya no
escribes nada.
Y piensas que no estas tan sola, si te
acompaña lo que has sido.
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