martes, 16 de enero de 2024

Te veo

 

Sobre la silla mi cuerpo, no hay ningún cristal a mi alrededor

ni pérgolas de largas hojas ni tampoco el nido de un colibrí bajo mi axila.

 

La luz se posó en el autobús rojo

que circula con un aliento de nube crepuscular,

los naranjos de la avenida dan un fruto gris,

minúsculo, igual que una aceituna cubierta de humo y cansancio.

 

Pero en mi habitación el espejo es una lágrima extendida

con biseles de plata y núcleo de cristal,

donde mi imagen se ovala como una peonza feliz.

 

A veces cruzo la noche por los mismos lugares que transité de día,

el eco de la luz me acompaña por este ciclo de nocturnidad,

de neón multicolor bajo los alfeizares, sombras sin rostro en las plazas,

taxis vacíos, casi sonámbulos, como alacranes del sueño,

como rosas negras en un jardín espectral.

 

Y te veo a ti que fuiste infancia de cometas,

voladora en tu arbitrio de nauta,

rubia lo mismo que una espiga al sol.

 

Te veo con el insomnio blanco de las túnicas,

con la cicatriz de la ternura en mis ojos,

alejándote, mientras trazas en el aire jeroglíficos de amor

que no consigue descifrar el frenesí de mi memoria.

 

Y son las calles tus venas, tu azul de mar en mi mejilla,

vital el latido de tu claxon que no es una llamada

sino la sirena del adiós en las banderas del olvido.

 

Alúmbrame, porque ahora regreso hasta mí,

vuelvo a la casa del albor, bajo esta luminosidad de candil y luna,

por este recorrido que eres tú, extendida como una diagonal

donde mis pies son luciérnagas rotas

guiadas por el rastro de pan de tus caprichos.

 

 

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