Sobre la silla mi cuerpo, no hay ningún
cristal a mi alrededor
ni pérgolas de largas hojas ni tampoco el
nido de un colibrí bajo mi axila.
La luz se posó en el autobús rojo
que circula con un aliento de nube crepuscular,
los naranjos de la avenida dan un fruto
gris,
minúsculo, igual que una aceituna
cubierta de humo y cansancio.
Pero en mi habitación el espejo es una lágrima
extendida
con biseles de plata y núcleo de cristal,
donde mi imagen se ovala como una peonza
feliz.
A veces cruzo la noche por los mismos
lugares que transité de día,
el eco de la luz me acompaña por este
ciclo de nocturnidad,
de neón multicolor bajo los alfeizares,
sombras sin rostro en las plazas,
taxis vacíos, casi sonámbulos, como
alacranes del sueño,
como rosas negras en un jardín espectral.
Y te veo a ti que fuiste infancia de
cometas,
voladora en tu arbitrio de nauta,
rubia lo mismo que una espiga al sol.
Te veo con el insomnio blanco de las
túnicas,
con la cicatriz de la ternura en mis
ojos,
alejándote, mientras trazas en el aire
jeroglíficos de amor
que no consigue descifrar el frenesí de
mi memoria.
Y son las calles tus venas, tu azul de
mar en mi mejilla,
vital el latido de tu claxon que no es
una llamada
sino la sirena del adiós en las banderas
del olvido.
Alúmbrame, porque ahora regreso hasta mí,
vuelvo a la casa del albor, bajo esta
luminosidad de candil y luna,
por este recorrido que eres tú, extendida
como una diagonal
donde mis pies son luciérnagas rotas
guiadas por el rastro de pan de tus caprichos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario