Se acuerda el tren de tu nombre, me lo dice a diario.
En los párpados guardas un soliloquio mudo
que se vierte en los ojos como una pregunta.
Quizá sea abril en las cornisas y mayo en las ventanas,
quizá la luz se oscurezca para que no la llamemos luz,
tal vez los semáforos inventen un nuevo color,
es posible que desandes los caminos
y encuentres una ruta sin crepúsculo,
pletórica de claridad.
Quizá, tal vez, sea posible...
Reconoces los suburbios que nunca has visto
en el pozo de tu alma hay golondrinas que no vuelan,
ríos de candor que han dejado de sonreír,
insólitas frases que ya no fingen en tu boca
ser la alegría de una fácil virtud.
No tienes memoria porque no has vivido el asedio de la pobreza,
a mí me gusta tu silencio de margarita,
amarillo y blanco tu color de flor rota.
Yo te veo tras el cristal y parece que te desdoblaras,
niña y alba, mujer y noche.
Coincidimos en las estaciones, en las catedrales vacías,
en los cines de reestreno, en los bares sin música
donde la palabra es azul como el hielo de tu vaso.
Y si te recorro es por sentir que tu mapa es mi mapa,
aunque no caminen juntos los pasos, y me invente
países, tan solo para enamorarte.
Apura tu café que lleva dentro una nube cansada,
en tus labios hay palomas que pican en los ojos de las estatuas
como buscando un alfil de carne y sueños.
Vamos, bebe tu café, que no duerma la luz
que anuncia tu nombre, que sea yo el tigre de tu luna,
el camaleón que cambia de color cuando tu sed me llama,
la mandrágora feliz que baila bajo el sombrero de la lluvia.
Vamos, apura tu café que yo hace tiempo que acabé el mío.
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