Me recordáis a las rías de mi patria: ocho hendiduras
abiertas al aire. Esbeltos los dedos; el índice, altivo,
el anular, amante del oro o de la plata, el corazón,
iracundo y sensual, el meñique, triste porque no
crece más, el pulgar, recio, prensil, atávico.
Tenéis un mar que surcan estelas de vida, ríos
reticulares que se entrecruzan como caminos
de carne arrugada donde se dibuja el transito
de la edad, y nudillos que se alzan bajo el hueso
carpo igual que espolones contra la desgracia y el odio.
Vuestras uñas, a veces coquetas-pintadas-, otras
silo de la tierra, sucia memoria del duro trabajo,
encallecida la palma, o de bambú ligero en la finísima piel
del elegido por la abundancia, son rostros transparentes
mordidos por una luna blanquecina. Vosotras dos amenazáis
o acariciáis al semejante como instrumentos de mi voluntad,
en muchos sois música, artesanía, siembra, cirugía u oficio
noble, así os veo yo mis amadas niñas que habéis envejecido
como los árboles envejecen entre los sueños de la umbría, solas.
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