Inmenso manantial que incendia la vida,
piel que abruma los perfiles y el revés de lo oculto,
a su espalda crecen las sombras en un abrazo
de paz, bóveda azul o gris entregas la claridad
que cae sobre la materia y los cuerpos como
agua de rayos invisibles, hacedora del mundo,
hija del sol y las estrellas, llama en el corazón
de los ojos donde el teatro de los días no muere,
lentitud mágica que brota de los filamentos
atrapando a lo oscuro, dándole textura vital,
ámbito de amor en la sed de las retinas, blanca
atmósfera sin opacidad, ni calígine ni árboles sombríos.
Nos dejas ver el paraíso, y también las catástrofes
o la indiferencia puntual de las agujas, madre infinita,
cabellera del tiempo que se va, a ti dedico este poema
cuando ya asoma, por mi habitación, el crepúsculo.
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