Como náufrago en el río de la
noche,
hasta el cubículo, la isla mortecina
de seis metros cuadrados
donde se expulsa al corazón
de la virtud.
Este olor a efluvios verdes o
tal vez rojos que no puedo identificar,
las axilas acres, la orina y
el ácido aroma que deja el vómito
en el suelo que un día fue blanco
como una sábana virgen.
El espejo que es un óvalo carcomido
de pvc barato,
allí mi rostro se hunde en la
nube del hálito, sin nitidez,
sin la pureza de una cara
lavada, mi piel con semen de luna,
mis ojos que el alcohol
incendió, brotes de insomnio en el iris,
en las paredes, pintadas sucias, sin alma: te voy a follar, puta...
me cago en dios…el dibujo de
tres pollas, de diferentes tamaños,
como si hubiera un sueño de
dimensiones improbables en los intersticios del ansia.
La bombilla sin tulipa,
desnuda como un sol atroz,
en el lavabo el agua es ocre,
terrosa, vil.
Y esta puerta desportillada,
y la máquina de los durex,
y esa música que rasga los
espacios, los pasillos,
la carne, la memoria, el día
y la noche.
Y tú que me pides diez euros
para una última copa
o un último chute.
Qué sola estás- jodida- contigo
y sin ti.
Y es que el amanecer queda demasiado lejos, cariño.
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