Mi espacio sin guirnaldas,
blanco como dicen que es el
azar,
mansedumbre del céfiro entre
sus paredes de olvido.
Mi espacio sin ceniza ni
ácido negro,
luz en la palabra que se
mezcla con otras voces
en la ridícula faz de los
metros cuadrados.
Un territorio que no necesita
mapas
sobre su piel abierta a las
pisadas fugitivas,
hexágonos de un panal de
color nieve.
Seis almas mudas, seis
pájaros que no vuelan,
seis idiomas sin una voz que
los desnude
ante los labios cosidos del
silencio.
Mi espacio de mobiliario
estéril, de cortinas sin amor,
de quejidos agrestes como el
canto de las gaviotas.
Mi espacio donde siempre es
invierno,
donde el mar es un eco del
mar,
donde la jungla habita en mis
ojos sin párpados,
donde ya ni sobreviven las
arañas del tiempo
y los minutos son de cuarzo
rosa.
Ese espacio que ya solo está
en mi memoria.
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