Vuelve a caer desde su espuma alba,
forma el rizo que se ofrece feliz ante
la arena, recorre sus raíces cóncavas,
es la misma y a la vez otra, es crepitar
y es nieve, se derrama, suave como un lazo
de seda o volcánica como un dios sin paz. A veces
es ardor y azota su propia piel con la furia de un titán,
pero a menudo se desplaza con indolencia,
busca no llegar hasta el confín donde su huella
es un surco de la memoria húmeda y fugaz,
una lágrima de sal que roza mis pies de hombre
sorprendidos por el tesón acuoso de su ritual.
No soy caracola ni mar, pero algo de mí
nada sobre el perfil curvilíneo de su cresta
como un ángel que, quiere y no quiere, ser azul.
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