Ahora imagino secuencias de
vida en las paredes,
como retazos del ayer que se
repiten en el retorno del tiempo.
Allí el clavel sin el búcaro,
la fina gasa sobre la pulida madera,
el cristal amigo abriendo su
boca de luz y pájaros,
los espejos sin nadie, el
fulgor amarillo de una araña
con lágrimas de vidrio,
armadura de estaño su árbol luminoso,
la cálida paz de sus velas
encendidas acoge el humo de mis sueños,
la memoria ritual del
instante.
Piso el color y las formas,
los dibujos y el mármol,
la piel desgastada de los
muebles es al tacto jardín de horas,
lengua de agujas que un reloj
agita con la parsimonia invisible del silencio.
Me busco en las palabras que dije,
pero ya no hay eco,
ni otra voz que derrame su
luz como una mano que se posara
en el diálogo infantil de dos
niños que se quieren.
Madre de sonrisa impar, qué
eclipse cubrió de sombra
el lucero del día, padre que
desde tu pedestal sonríes,
qué astucia de vástagos te
dejo vacío con tu arcón de leyes
y tu homilía de media noche.
La casa se viste de luna si me
asomo a la corola de su vientre,
porque la casa es una flor
inmortal, de perfume ambiguo,
de pétalos carnosos y tallo
firme, la casa es un corazón
que late en muchos corazones,
retumba en mí su ensueño de mariposas.
La casa soy yo si la nombro,
la casa eres tú si te nombro,
juntos somos una única casa
que no alimenta la sed de mi olvido.
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