Es el mundo una burbuja amarilla, irisada, que asciende
en el cristal hasta mis labios dormidos. Qué
luz aquí, blanca
como pan ácimo, serena en su atmósfera de
algodón frío,
qué aire lento, viciado por las palabras de
la noche, compartido
y desnudo, sutilmente raído por el ondular
de los hilos de alquitrán,
filigranas sin dios que rompen como olas en
los aluminios, las teselas,
el plástico sucio de las rinconadas. Ojos
allí entre la bruma gris porque
vi tus ojos sin fulgor, en la tenaza de un
coloquio de sombras, bajo
la lámpara que sufre, sin intimidad, como una niña huérfana
en el páramo atroz de las conversaciones.
Son tus gestos
añoranza de islas en un mar tranquilo, por
una vez giras
tu nombre hacia mí; y yo sueño que estás en
mi burbuja,
eclipse de agua, ronroneo de estelas cósmicas
junto al vitreo
latir de mis dientes, junto al respingo de
mi nariz que asaltas,
en mis labios donde inscribes tu desdén de
mariposa fugaz.
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