A Tenerife, donde viví seis meses
Mi tren cruza el cielo como un albatros de metal.
La isla verde es la joroba de un pájaro,
sumergido pez sin alas,
anfibio animal,
columna de dios en su lágrima azul.
Hay un acento suave en las palabras,
almíbar en la piel,
ojos oscuros de terracota,
esbeltez de navío en los hombros
levemente inclinados como una proa gentil,
novicia del horizonte
que se entrega a la cal del tiempo.
Y la fruta amarilla
y la flor roja
y la tierra negra,
el árbol milenario con sus rizos salvajes,
la guagua gris,
ciempiés
al sol
de abril.
Mi húmedo latir es la sombra de un reloj olvidado,
allí supe que no hay tren de regreso desde las estaciones de la luz.
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