La llovizna como un enjambre de moléculas vírgenes
dibuja sábanas de agua que el viento remueve en olas
sin luz. La música, celestial, frágil, tibia, voz de seda
que fluye entre columnas, timbre de saxofón sostenido,
crepitar de piano, jazz en la noche. Y la luz en la bocana,
el cenit del farol con su haz blanco, una isla que se abre,
tragaluz ensombrecido. Pongo mis ojos en la negritud
dibuja sábanas de agua que el viento remueve en olas
sin luz. La música, celestial, frágil, tibia, voz de seda
que fluye entre columnas, timbre de saxofón sostenido,
crepitar de piano, jazz en la noche. Y la luz en la bocana,
el cenit del farol con su haz blanco, una isla que se abre,
tragaluz ensombrecido. Pongo mis ojos en la negritud
de su ojo, de pirita, de carbón azul, de carbunclo sin mar.
Y entro, vestido de agua, llovizna mía, al claroscuro
del pub. Solo perfiles y brasas de cigarro, veladores
de mármol y mica, y la música que atraviesa el dintel
como un cortejo de funeral en una Nueva Orleans mojada.
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