Desde la humildad y el corazón enfebrecido,
con vocación de ángel que cruza de rodillas
los páramos, andrajos sin color, la escarcela vacía,
los pies que no dudan en proseguir, el sol, la lluvia,
el viento, la escarcha, dominios donde las estaciones
azotan mi sed. Parajes áridos como lengua de caimán,
montañas de picos azules, lagos y valles en verdor,
gente campesina que regresa con la mies en los
hombros,
señores en cabalgaduras de espanto, yelmos grises y
espadas
de metal brillante, la cruz de Santiago, roja como
cinabrio,
casas humildes de adobe y paja me dan cobijo, pan
ácimo
y leche agria son el sustento. Iglesias donde mi fe
descansa,
incienso y fulgor de pábilos, luz tenue, aroma a
pústulas,
a mugre, a orines, curas de sotana vieja, penitentes
de la cruz,
monjas al trasluz de los confesionarios, capillas sin
oro,
cobre, madera, piedra sin pulir. Polvo de los caminos,
hospitalidad del buen pastor, niñas y niños
semidesnudos
juegan en charcas, pajares, almenas derruidas. A lo
lejos
un resplandor, me uno al coro de los creyentes, cerca
ya del prístino ser, la catedral se adivina con sus
agujas
de cristiandad a poniente, el paso firme, el corazón
latiendo con un frenesí de pájaros ebrios, por fin
la llegada, por fin mi alma entre las voces, el altar,
los cirios, las naves cálidas, se arrodilla mi cuerpo,
rezan las bocas sobre el humo de los incensarios.
Siempre una visita afortunada a tus letras, Ramón. Felicitaciones y salud.
ResponderEliminarGracias, Julio, por la visita y el comentario que dejas. Un abrazo y salud.
ResponderEliminar