martes, 27 de julio de 2021

El pasajero

El trirreme parte, la voz del cómitre, en la proa algarabía,
cascos alados, espadas que agitan el aire a la conquista de Troya.
En el azul insolente del mar la ballena y su espiráculo, hiere un arpón
de plata su nombre, gran cetáceo que morirá libre bajo las amuras
del Pequod. Más allá de los acantilados ocres ya no hay niebla, la aridez
y el polvo son una piel oscura, los jinetes con alfanje, Alá en los labios,
asedian Bizancio, caerá la cruz enjoyada, la fe huye de las iglesias,
el pánico es gris como una rata vieja. En las estepas de Mongolia
los ojos rasgados, las pieles de Uro, las yeguas blancas, el furor
de la ambición recorren las líneas de la cristiandad, Atila ríe a la luz
de un fuego hostil. En las islas del Japón los monjes rezan bajo
pérgolas floridas, la palidez de lo místico, la majestad del Shogun,
un Samurái vencido por la sed de amor, Mishima dixit. En Norteamérica 
galopan los cowboys entre cactus y montañas calizas, al pistolero 
le tiembla la mano porque sabe que cuando llegue el plenilunio
todos los asesinos serán Pat Garrett, la última diligencia recorre
el páramo, los apaches nunca duermen. Los ríos del sur, la marca
del indio, los templos de piedra en los valles de México, Pico
Viejo bajo la bruma, dicen que Atahualpa murió un jueves,
en España no lo recuerdan. Europa cabalga un toro imperial,
guerras y odio bajo el palio del rey, dinastías carmesí como
la sangre de los Papas, historias de religión que enfrentan luz
y sombra, hace mucho que Hitler ha muerto, Franco también.
Subido al barco rojo, camino de otras islas, las Cíes, galeote yo
en el año dos mil veintiuno de nuestro señor, a trece de julio.

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