Así sobrevive el después, como un pájaro rubio
o una diadema en el trasluz del silencio.
Dibujaste un horóscopo con signos de mar,
tú sabías que los peces son destellos de rubí,
que los albatros mueren en círculos de fuego,
que los delfines se eclipsan para ser rosas negras.
Procedemos del aire salino, sumamos sin fe
un haz y un abril de espumas,
oímos el crepitar de los cristales con océanos en la sien
y burbujas de témpano en la distancia.
Pero hoy la ciudad es de granito, su jaspe motea el
recuerdo,
las flores rezan en racimos de lluvia, enrojecen las
campanas
con himnos de ruiseñor y lentos azúcares de nube.
Acompáñame con los botines altos,
se adhiere a la fibra azul de tu nylon un vigor de
gacelas,
no me cuentes de los faros heridos ni del molino viejo,
tampoco del agua o del lapislázuli que fulge en tus areolas
de niña.
Un sábado de invierno las persianas se alzan porque revive la luz,
tú sabes que hay planetas sin memoria
que giran sobre la hiel de tu pelo cósmico;
conoces la escarpia que mora en los dientes del ansia,
incrusta lunares de sinrazón en tus ojos
mientras acude a ti un fluir de índices,
su designio, su eléctrica ceniza
fusiona mi espectro con tu carnalidad.
La cruz de los murciélagos es un divagar de pájaros,
en el eje de la plaza el carmesí de los trinos
vírgenes,
una victoria de alas encendidas que iluminan nuestros
nombres.
Si quisieras bailar conmigo en círculos o en los
transversales flujos
de esta luna amarga, yo solo recordaría una sílaba sin
voz,
un rocío de asteroides
como nieve azul
entre tus senos.
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