Tantos ojos sin órbita,
un fluir de lunes en el aire,
ágil como puñal que clava su memoria
en el cuadrángulo de un dintel,
en la fiebre exhausta de un espejo abierto al día
con signos de luz y párpados como túneles
en las isobaras que flotan.
un fluir de lunes en el aire,
ágil como puñal que clava su memoria
en el cuadrángulo de un dintel,
en la fiebre exhausta de un espejo abierto al día
con signos de luz y párpados como túneles
en las isobaras que flotan.
Mirar y ser mirado bajo un friso cinético de carne y alas,
la exactitud con que la herrumbre del portal
explora el mercurio de las voces,
un claxon sin herida,
un fruto en los árboles del bulevar,
el gesto repetido del negociante.
Persiana arriba la vida, persiana abajo el sueño,
tus pies que se alzan con botines rojos,
el diálogo en las aceras como humo de sinrazón,
la cariátide bajo el rótulo, hembra de la luz,
vestidura de mitos,
arcángel invisible de las marquesinas;
hidrófila sed de una lluvia que deposita en mis ojos
un segundo de ufanía, una caricia desde la atalaya
donde las agujas del reloj
dicen que es la hora en que todos despiezan
y engullen, sin piedad, el soliloquio de un plato,
su alimento frugal, el diapasón donde mis iris
vigilan el latir de un mundo que es ayer, mañana,
hoy y siempre.
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