Abrirse y enmudecer,
el cántico del miedo es abstracto,
un hilo de humo sin vértebras,
la desnudez del hada en la cordillera de los divanes,
el hospicio de las Madame tristes
sin ojal ni ramos de azur
ni ventrílocuos en la sien.
Nadie sabe que el vidrio oculta una voz,
todos ignoran el tacto de la palmera,
el de la hoja trilobulada que acaricia el gusto como una
sierpe húmeda,
algunos eligen la metamorfosis de un río
cuando por la glotis de la virtud se enciende un fósforo
de llamas verdes,
la laguna sin hemisferios que el éxtasis seduce con
columpios y guirnaldas.
Este hogar de lagartos azules yace en el nido de la
historia,
verás los laberintos de cal donde las alas de Dédalo
mudan su piel,
conocerás el musgo de la hojarasca, su arácnida sed,
el pavor del petirrojo, la costumbre de lamer el corazón
del futuro.
Mientras tanto,
bosques de luna llena y lápidas de mármol granate
en círculos sobre la testuz del viento,
la demora es un don, la desidia un berbiquí sin hélices,
el insomnio de las golondrinas la música en los iris
de una novia febril.
Me buscan Atlántidas de amor, sus orillas de nieve,
sus alondras de sal son barcos invencibles que navegan
la sangre,
el canal insomne de los ecos.
No sé si lo que digo tiene un color,
si la llanura de este país que se agita en mi boca es
un sur gélido,
si has llorado alguna vez
como si un film trasnochara y fueras tú un dios sin
arterias,
una lagrima fósil que se inventase un mundo
donde poder aullar con la voz ininteligible de los
monstruos.
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