Los sonidos tienen memoria,
habitan un lugar invisible
lejos de la claridad,
en la sombra donde duerme
su latir oscuro.
Mis ojos antes de abrirse han sentido la luz,
el efluvio del olor, olor humano,
intenso como un ácido,
volátil perfume en miríadas de esporas,
la señal olfativa del sexo,
nube que cae sobre mi matraz,
mixtura de alba y tótem izado
que recoge la siembra de este aire,
seductor y albino
igual que un ardid de neblina,
escarcha caliente en la piel sudada.
Ruidos de metrónomo, de cláxones,
engranajes que unen las losas sin sueño,
palabras en azul, un reloj que no amanece,
y tú, aquí, aún dormida.
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