Su estatura crece con la luna. El color de los ojos,
pirita madre, cuarzo atravesado por la luz, arco iris
voluble sobre un fondo de agua. La naturaleza es húmeda,
piel esponjosa, lagrimal presto, fluidos en los capilares,
brotes de amor a la vida. Y la columna y el atlas
que sostiene el perfil, la osamenta del cráneo,
pedestal del pensamiento, maxilar que sonríe
ante la fugacidad del reloj. En su pecho cántaros azules,
la areola como un tizón invertebrado, invicta gloria del deseo.
Al abrigo de las caderas su sombra, desliz o imán, refugio
de elipse al que se abraza la noche. Cuando camina
pequeñas alas la izan como ángeles dorados, y ya es ritmo
su andar de ola frágil, espuma rectilínea, paso de cisne
en la mañana. Su cuerpo está en mi mente como una cicatriz
imborrable, pervive, juega, avanza, y nunca se asoma al futuro
ni a la decrepitud, ni a la ceniza gris de los muertos.
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