domingo, 12 de julio de 2020

El mapamundi del viajero



Primerizas aguas del sur, el blancor colonial,
los bosques del alba, la vena en la plenitud
de un mes ingrávido, la humedad en tu slip,
cuerpo sin jinete en la atmósfera de la luz.

Hormiguea la cal de su piel, calles frías con azulejos de hambre,
playas entre riscos de ámbar, noches sin viento
bajo los cohetes encintados. Muy lejos, los castillos,
piedra alzada sobre escombros, puentes de estatuas fértiles
y corazones de historia abiertos a la brisa como naranjos en invierno.

Pasear los faroles de la juventud,
las plazas son azules, los violines alegres
rozan la espesura de los enjambres,
una máscara, otro idioma que canta,
un reloj de esmalte pulido, marionetas
que ejecutan un minué insomne,
el balneario como una trampa,
un cepo de horas con su pátina gris,
recuerdas aquel autocar de sombras tristes,
tú incomoda, yo trigo en los campos resecos.

La gran ciudad, la que yo poblé al volar con alas imperfectas,
je ne sais pas, ante la corola de flores en el pretil del puente,
los museos, el metro eclesiástico, ecuménico,
el color y el olor en mí, la catedral,
el minúsculo cuarto donde solo cabe un alma,
sin ti y contigo, a la sombra de un teatro,
paseos sin ejércitos, en soledad,
la luna de abril en la memoria y la madame tan tierna,
tan asombrosamente tierna, como un silencio de lágrimas.
Los mercados, el panteón, la lluvia imprevista,
el amor insaciable en los pétalos de un rosal...

Y, más allá, un viaje proclamado, hacia la isla imperial,
el frío invisible, la algarabía y el ojo sobre el río
dando vueltas a la sinrazón. Y, al fin, la ciudad del sur,
mosaicos y pasteles de crema, otro castillo de pinos y encinas,
de adobe y sudor, de bancos y multitud
ante el ocre de los tejados y la luz del estuario,
tan blanca, tan de plata, la música triste, sin amparo,
los tranvías pálidos, las estatuas sin palomas y un deje en la voz
que recuerda la épica del mar,
el silabeo de las especias y el manuelino amable
que inventó un rey colonial.

Tanta vida en los ecos de la inmortalidad;
así este poema que escribo en el mapamundi de un atlas,
dibujos que la imaginación y la memoria invocan.

Hay ciudades que solo el corazón es capaz de describir.

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