A veces sientes que todo está hecho para ti.
La luz del día, el mar insondable, las palabras
que engarzan una nube con otra, el sol en la piel,
el amor que baña tu amor. Nunca miras dentro de ti,
en ese pozo oscuro al que regresas cuando la bola
de cristal se rompe. Está bien, los relojes son el consuelo
porque navegan hacia atrás como ríos locos, a ti te gusta
nadar contracorriente y desnudarte en la orilla. Crees
que todo es superficie, sentidos poblados por flores
en la nieve, lamentos que pasaran como hojas caducas.
No sabes que alimentas a tu lobo, en el agua gris
espera su noche de azabache desde el tiempo
inmemorial de tu nacimiento, procura que el rocío
de la vida moje tu edad con serpentinas que vuelen
sobre canciones sin memoria. Acecha el lobo tu caída,
sin horror, con la paciencia de un dios que retarda
el festín hasta la hora en que los murciélagos
se aposentan bajo el olvido que serás, ya
escucho tu voz y el aullido que un cuerpo
deja cuando las fauces del lobo muerden
el secreto de su inocencia.
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