Unas pocas monedas que jugar.
Sobre el tapete,
en una mesa humeante,
bajo un foco cóncavo,
la mano sostiene cinco cartas ambiguas
como un rayo de felicidad.
Hay dentro de ti una fiebre de brillos impares,
un latir de ríos de plata, la sed rota del iluso.
En el salón recreativo torpedos de luces,
una melodía de ritmo sincopado,
colores, frutas y números en una fila mortal,
cepo o trampa del temblor, suburbio del corazón
donde gime una esperanza atroz,
avidez o calvario del sueño,
saco que, una vez resplandece,
y donde mil veces depositas tu orgullo, tu paz y tu conciencia.
Ninguna moneda para vivir.
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