Aún puedo volver a la casa perdida.
Quedan los dibujos en la pared manchada,
los ventanales que atisban la lentitud del aire,
apenas un roce en los naranjos del bulevar,
un soplo que empuja a las olas imberbes,
cóncavas las velas como un párpado inverso
al contraluz de la deriva.
Todavía las horas no han partido de un reloj sin piedad
ni los espejos rotos reclaman un nombre, una piel o un mañana.
Sigue conmigo el laberinto de la música
con sus letras en flor que atraviesan los mundos y dan alas al sueño.
La casa perdida nunca se perdió,
bajo su arrobo de madre-niña
esconde guedejas de pudor
y telarañas rojas en su carmín perenne.
Qué tristes son los aullidos del tiempo,
qué luz se pierde cuando los ojos no son ojos
sino lámparas en la memoria.
La casa perdida llora en una nube
como llora el ángel caído su destierro.
Ven a mí, hogar de mi sombra,
ven hasta la noche que habito
y sé el umbral de todos mis inviernos,
la guarida que me proteja de este frío
que una y otra vez
llega.
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