Ignoro la longitud, el candil, si tiene ojos.
Un río de mármol,
yeso en las molduras,
enjambre de gotelé en las paredes,
múltiples láminas que sudan.
Recorre este templo que es un pasillo entre gárgolas,
un suicido de cuadros te contempla,
el teléfono y su negritud,
plástico que sobrevive a la voz del miedo,
el mosaico babea los octógonos que pisas,
la luz cae de una araña rota en cristal.
En su cenit un espejo de cornucopia dorada
y dos sillas de caoba, la herrumbre de los ganchos
donde cuelgan los signos
recibe ropas y ropajes,
chalinas y dalias rojas.
El reloj alemán, pajarita blanca, agujas de oro,
ya no sueña, es el monstruo que contempla
mi cuerpo en fuga, el balón transparente
que rebota en los zócalos.
Transita, si puedes, este silencio de luz,
miasmas que se cruzan como besos pálidos.
Tú me dijiste que era un túnel sin salida,
pero yo sé que mi sangre triste reclama esta arteria de infancia,
cinco puertas cerradas y un frenesí de niños en la penumbra,
encendiéndose, como guirnaldas de todos los colores.
No hay comentarios:
Publicar un comentario