miércoles, 15 de julio de 2020

El río de la vida

Fluido, ámbar, granito, un edén circular.

El río esconde tantas imágenes...
en su lecho un rostro y un pez,
el arco iris de la taumaturgia,
remolinos en la piel
y seguir,
seguir.

Soy un rayo limpio en el vaivén del aire,
soy la pluma perdida del último pájaro,
soy el humo caído después de su orgía negra.

Qué cuerpo no se doblega a la vida,
carne tan rubia o roja,
tenue piel de niño, venas
y silencio azul,
oh!, sí, las primeras palabras
o los primeros pasos
en el laberinto del duende.

Mi amor, ven, porque el abrazo que espera es un padre envejecido
o una madre que aún no grita por tu dolor,
escucha el oleaje del tiempo en una pintura,
en un cuadro multicolor,
epifanía del misterio que tú descubrirás
entre los olivos tiernos.

Mira los rostros, la perfecta sed de un bodegón,
la ruptura de la geometría virgen,
los colores salvajes,
el desorden onírico de la mentira,
tú entiendes mejor los trazos del delirio,
la realidad es áspera y se asocia al liquen,
al polvo, a la seda rasgada de un traje
que jamás tomó tus medidas.

Pero en esta tarde de orugas alegres y telarañas mustias,
en esta tarde de un verano ácido y desnutrido,
tú te engendras otra vez en la caracola del mar
y sigues al faro, y piensas que una nube es un meteoro
en el espacio interestelar, y te acuerdas de tu inocencia
cuando entre las manos se escurría la arena de la playa;
el agua del manantial aún brota en tus pupilas,
la lengua verde de los bosques, tu perfume desnudo
en la letanía del bar, la nieve desconocida,
una plaza en la que quisiste ser paloma,
palacios indecentes y, a la vez, fascinación de lámparas,
cristal, metales, ornamentos y lujuria.

Eso es la vida, amigo, cuando tú juegas a ser la vida.

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