El umbral
como un ojo con párpados de piedra.
Ha llovido
y en la mañana un sol tímido asoma sus guedejas de luz,
su amarilla
frialdad,
desperezándose.
Un mercado
sin color,
sin voz,
sin la
fruta viva,
sin la
carne y los peces,
sin ti.
Hay nubes
de rocío que mojan las estatuas,
una pátina
de musgo verdea las fachadas,
las fuentes
trinan como pájaros líquidos
y en todos
los portales estás tú,
cruzándolos
o quieta,
amapola
rubia,
bendición
de la vida,
baile de
amor
tu
presencia.
Te veré en
los bares de la noche mientras el candil se apaga
y los
rostros ennegrecen, te veré en los vasos del alcohol
como un
reflejo perdido entre olas de güisqui y espirales de ginebra,
te oiré
nombrar en las músicas sin texto, en los murmullos inaudibles,
en el grito
impotente de las campanas, te tocaré en la lámina
donde tu
dibujo es perfil y tus senos una curva rota,
te oleré en
los jardines sin flor que guardas en tu vientre
como un paraíso
irreal, como un ardid del ensueño.
Esta ciudad
es de lluvia y no sabe morir,
esta ciudad
de granito y pórfido,
de monjes
de saya negra y teología sin mar
no te
olvida
porque
estando tú la lluvia cesa y el sol se alza,
cómplice de
ti.
Otra vez
tus pasos se pierden en la infinidad de un océano sin rezos.
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