Soy
ángel a mi pesar.
Me
fue dado asistir a la desgracia como una flor de cementerio,
la
luzco por obligación, pero nunca poso su tallo en los labios del desvalido.
Desde
los tejados la ciudad es hermosa,
los
hombres y las mujeres se entrecruzan en la colmena,
siempre
en la red los peces agitan con avidez sus colas
sabiendo
que sobrevivir exige un esfuerzo de fe infinito.
Yo
me aproximo al dolor y poso mi índice
en
el hombro de quien sufre, le hablo sin que me oiga,
y
aun así él-o ella- comprende la música que calma la tempestad
y
se entrega a mí como un niño se entrega a latido del corazón de su madre.
Yo
vi guerras donde los cuerpos danzaban rotos en un éxtasis mortal,
vi
el hambre en el vientre hinchado de la infancia perdida,
vi
el rencor y la crueldad, vi la ira y la ambición del déspota,
vi
el oro acumulado por un banquero que llenaba su ataúd
con
dudosas acciones de podredumbre.
Cansa
ser ángel en el cielo de la eternidad, ¿por qué el misterio tan lejano?,
¿cuál
es el símbolo que arrastra mi condición?, si el amparo de mis alas
solo
busca dar calor a aquel que ha perdido la esperanza.
¡Ah,
del ángel caído que halló una respuesta a la tiranía de la luz!
entre
los malditos hay ángeles negros, quisiera conocerlos,
los
ángeles blancos-como yo- solo acarician,
no
dan una razón que justifique la desgracia.
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