Yo me sabía, hijo de Ada, de la estirpe de Caín.
Por eso de joven pensé que en mí habitaba el mal.
Y quise ser consecuente.
Simpaticé con los capitanes que traicionaron a Viriato,
amé a Livia, la odiosa mujer de Augusto, fui el rostro de Mefistófeles
en aquel libro de Goethe, Yago el traidor en una obra de Shakespeare,
delaté a mis amigos ante la maestra como si fuera la caza de brujas de McCarthy,
en mi habitación el Mein Kampf sustituyó a la Biblia sobre la mesilla de noche,
quise a Franco, el caudillo, que no tuvo piedad con los rojos,
me gustaba torturar, yo creo que Billy el niño se debió de inspirar en mí.
Solo eran tonterías de infancia o de adolescencia.
Hoy que soy adulto lloro y me emocionan ciertas cosas:
la felicidad inocente de los niños, la justicia haciendo justicia por una vez,
el sentimiento fraternal que abraza la desdicha de los otros.
Es posible que ahora me parezca más a Abel…
Aunque a veces regresan a mí los recuerdos,
y añoro volver a ser de la estirpe de Caín.
Lo pasaba mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario