Las
horas, esas sábanas del día y de la noche, de la tarde
y
del crepúsculo, de la luna y los espejos, las horas con su fluido
de
manada triste, con su existir ordenado de hormigas en octubre,
las
horas en la piel de mi vientre cuando esperaba al resplandor
y tú eras la cruz más árida de la tierra; las horas insomnes que no duermen
jamás, están ciegas porque no ven el pasado ni adivinan el futuro, las horas
que
acompasan mis latidos, pero no son armonía, las horas, tan precisas
como
el espejo que devuelve una figura real a mi añoranza, las horas
que
se parecen a un río inabarcable, sin principio ni fin, armoniosas y fértiles,
tan
extrañas y tan próximas, se me escapan, huyen de la amistad que intenté
con
ellas, dándoles esencia, materia, ansia y duda, las horas que vuelan
como
pájaros anónimos, las horas que saben que no hay horizonte
porque
el mañana es pisar la huella del presente, las horas que llueven
y
desconocen el sentimiento, las horas que apuntan al infinito, y si alguna
vez
las amas, cuando la felicidad te sonríe, regresan con un ataúd
entre
las manos, las horas que son volátiles como nubes pasajeras,
hay
quien dice que son eternas, pero eso yo no lo sabré.
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