El vaho en
el vidrio donde dibujo mis iniciales,
el autobús
no es un galeón que atraviesa la lluvia,
casi llego
tarde a la parada.
Gris mañana
de noviembre,
la
algarabía de este enjambre que somos,
bullendo,
tocándose, hablando en los pasillos
con paredes
de ajedrez geométrico
y ventanas
de cristal oscuro.
Adentro,
solo una voz de acuarela,
describe la
tiza un código morse que nadie entiende,
el mar está
en mí, y la ola, y el viento,
y la espuma
como una caricia de sal blanca.
Los campos
de fútbol con su arena vieja,
el tren
irrumpe desde un túnel oculto por la enramada
con el brío
de un cazador y el estruendo de una máquina
que huye de
su sombra, inútilmente.
El balón en
la repisa y el álgebra en mi libreta,
lecciones
de historia y de biología, de lengua y de latín,
hoy aprendí
a hacer un pájaro de papel
con un
folio azul.
La modorra
de la tarde, el sol se acerca a la colina como un ojo de luz,
los pinos
crecen hacia el halo de amor que desprende el ocaso.
El autobús
espera en un rectángulo de cal pintada,
un día seré
como este adulto que conduce para cumplir el rito de la subsistencia.
Un día seré
como mi padre que no teme al futuro y que ya olvidó el pasado.
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