Llega
la impertérrita lluvia.
Su
fruto de agua cae sobre mí
porque
me ofrezco cada vez que se derrama.
La
lluvia no es monotonía sino canto,
no
es solo la tristeza gris del cielo,
es
una celebración de moléculas vivas
que
danzan sobre el aire como manantiales infinitos.
Mójame
lluvia del atardecer, posa tu oración de cortina airada
en
mi mansedumbre, vísteme con tus flores alegres
que
son rocío múltiple, catarata de amor, savia líquida
que
ignora la sequedad.
Eres
símbolo de la memoria de la vida
al
deslizarte ciega por la piel de las ventanas, fértil
como
una diosa antigua si entregas un sol de agua a los campos,
melancolía
en el hogar si el tacto rítmico de tu caída
evoca
los tiempos de la luz y la fiebre juvenil
que
yo soñaba inmortal.
Soy
lluvia al recordarte,
lo
digo una vez más,
porque
la lluvia es una huella
en
un charco que nos nombra,
mi
huella y la tuya que son la misma huella.
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