La
costumbre de vocalizar ante el espejo lo que jamás diré. Como si dentro del
azogue otra dimensión hablara con palabras nuevas, con otra voz oculta entre
las horas que no fueron, con el falso pliegue donde el pasado es un niño que nació
en el interior de una familia sin realidad, con el haz paralelo que discurrió
junto al mío, sin verse uno al otro, sin perseguirse, como flechas que trazan
en la luz un mismo arco, pero no impactan a la vez. Sin embargo, tú permaneces
como un sólido pilar de fuerte granito, resistes a la noche y a la lluvia que
no cesa, al viento que erosiona los días, a los pesares que llevan en la frente
tu nombre escrito. Quiero ante el espejo oírme, emito fonemas para ser yo,
iluminado por la claridad de esta mañana que crece como crece el árbol hacia el
cielo que lo invita a vivir bajo un azul sin nubes. Quiero que me sientas como
si el cristal fuera carne, mi faz en tu faz, mis palabras un eco de las tuyas.
Quiero que nos veamos los dos en el mismo espejo, sin decirnos nada, solo
mirándonos, mudos. Quiero que se confundan las voces sin querer, que sean solo
una, como un río callado que confluye en osmosis de luz.
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