Veo árboles que han salido de las pinturas y son un bosque cotidiano,
veo la cicatriz del candor en el espacio blanco de la despedida,
veo el racimo del juego de té sobre la fuente de alpaca,
veo los rostros indefinidos en la caoba de los muebles heredados,
veo perfiles hieráticos en el ventanal que representan la fe de los siglos.
Duerme la paloma en el alfeizar, no es la misma paloma de hace veinte años,
pero ¡parece la misma paloma de hace veinte años!
Siempre en las casas hay un estallido de cosas que hablan: fotografías,
agendas, almanaques, libros, ropa escondida en los armarios, cartas en los cajones
-en su fondo-cuadros, fetiches, amuletos, deuvedés y, también,
palabras que son olvido.
Paseamos pudorosos por las venas y las arterias, los huesos y las vísceras
de este animal que nos amó, latidos unísonos fuimos en los atardeceres,
festividades que han pasado sin dejar huella, un orden de fósiles
que se incrustan como cristales de sal en los tejidos, y hacen llorar
porque el ayer es un tizón que aún titila en su estertor.
Se ha vuelto ausencia el jardín perdido que nadie nombra,
la rosaleda que intenté atrapar en el puño de mi mano,
y no pude.
viernes, 9 de junio de 2023
La casa moribunda
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario