Ha visto a
los pájaros en el alféizar posarse como estatuas vivas,
supo del
éxtasis de los cuerpos que se aman,
conoció el
vértigo de las lámparas que las sombras
niegan con
la música del olvido.
En sus
hombros de caoba
están mis
omóplatos desnudos,
en la armonía
de su esqueleto mi traje blanco
que nunca
más usaré.
Y una
corbata sin prendedor
que cuelga
como un lirio
en la
pérgola invisible de la noche,
los zapatos
negros, pulidos,
la camisa
sin pecho,
volátil
como vela sin armazón.
Esa cruz
que es un hombre sin alma,
un árbol
sin hojas,
una edad
sin tiempo.
Nos mira
desde su altar fósil,
nos mira y
no comprende
que somos
el amigo
que lo
viste
antes del
sueño
y de la
cópula
cuando
desnudos nos amamos.
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