Ven, de nuevo, a la órbita que dejaste en mi noche,
como un satélite perdido que busca la elipse
donde aún duerme su ayer.
Ven con el trino y la flor,
con tu mandil de estrellas
y el corazón encendido
como un fanal.
Ven sin que tiemble en ti la aurora,
sé noche en llamas o luz en los espejos
que no saben morir.
Ven al gladiolo feliz de todas las primaveras que vendrán,
ven a la armonía inútil de los relojes con su voz metálica
y su desdén de engranajes absurdos.
Ven y refúgiate en el misterio de las sábanas,
bajo su tela reviven los azares que compartimos,
así es cómo se aman los cuerpos sin edad.
Ven con el rojo del ardor en las mejillas,
ven con el ojal del silencio en tu boca
y un pretérito de flores sin paz
bajo un frío celeste.
Ven hasta el círculo de mi ausencia
y oirás al eco que fuimos, llorar.
También lloran con lágrimas de abril
las nubes pasajeras.
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