Qué semilla ancestral,
qué nudo fino y ágil,
cuál estirpe me nombra.
Rama y después hoja caída de un árbol infinito,
vástagos de piel en la primavera del tiempo,
brotes que el azar reúne ante un racimo en flor,
la urdimbre de los sexos que abraza el porvenir
con su memoria de raíces hundidas en el barro de la vida.
El árbol que esparce sus esquejes como un fruto voraz,
el sortilegio del dije en la cadena de los días,
tan parecidos los rostros, tan extraños al mirarse en los espejos,
tan olvido si la muerte acecha y no convoca a la luz que prosigue, fértil.
Se aman, defienden a la luna de su hogar,
para quien no supo del árbol, ni de su sombra,
ni de la fortaleza de su edad, la familia son los otros,
y él un bosque perdido.
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