La bendición del aroma
y su nube de olor en mis sueños.
Me acompaña la corriente de un caudal invisible,
el fluido penetra en mi raíz como un aliento sutil de flores y ámbar,
descubro el misterio de las cosas,
a veces la podredumbre escondida,
a veces un jardín que el aire deposita
en los espacios más profundos
de mi sístole, de mi diástole.
Sobre una mesa de pino el búcaro y el clavel,
las nomeolvides en un jarrón de cristal,
el pachulí y el agua de jazmín,
el coloquio que el oxígeno mantiene
con la esencia
y sus derrames.
Y sin embargo lo hostil vive también en la realidad de los días,
en el perfil acre del moribundo, en la pestilente máscara del hipócrita,
en el tufo del poderoso cuando da a luz su miseria.
El efluvio de una flor, la vainilla y el pan candeal,
el perfume sin edad como un árbol de regaliz en la noche,
tu cuerpo que es un racimo de rosas silvestres,
tu sudor amante si la virtud exuda sus témpanos en llamas.
Olerte sin que sepas que el aroma que hay en ti nunca será ceniza.
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