Hace tiempo que el tiempo murió en los relojes,
las raíces se elevan y bailan el humo,
el polvo y el jardín escondido.
Tan lenta la elipse, la guadaña de plata en un rincón,
la sed del aire en los alveolos,
un capicúa se vierte en mi boca con su golondrina de azar.
Los árboles no existen sin sur,
los pájaros son escarlatas, sin el día no llega la noche.
Tú ya sabes que somos el comodín de las horas,
y que no tatué en tu piel el músculo alegre que brinca,
tú ya sabes que en un lodazal no nacen espejos,
el azul es un ardid de máscaras,
un lapislázuli dormido sobre las aguas del mar.
La insignificancia sueña como sueñan los cometas,
si tú me dices: “yo cambié el mundo”;
te contestaré: “el mundo cambió, pero no por ti”.
Con espasmos de viejo se descubre la luz, el sol gime en mis rodillas,
la simetría es la música del corazón si añora el silencio.
Hay ejes que no gritan y cañaverales sin alma,
hay súcubos felices porque al fin los cuerpos son de barro,
hay ermitaños en el fondo de tu armario que desdeñan la luz.
Escucha el oleaje de la sombra,
te envuelve como la espuma envuelve al látigo del aire,
escucha el trino de la escarcha que se quiebra,
escucha como dos voces se estudian: quieren un símil y una sola voz.
Canta conmigo una canción sin letra,
sílbale, con furor, al olvido,
y después, abrázame.
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