Tus rodillas son de nácar y tu sed de viento.
Las colmenas que habitan en tus ojos
dan una miel antigua
que abastece los silencios.
Veo columpios que bajan despacio hasta tu ingle oculta,
veo como la ola que los lleva se iza
y es el promontorio del pecho su dique.
El ombligo es tu ojal, la memoria tu virtud,
el perfil del seno tu canción.
Pisas las hojas de la claridad con la sombra de las estrellas a tu lado,
y en mi espejismo fuiste color, imagen en el cristal,
humo que viajó ondulante hacia las colinas dibujadas
por la mano de un duende.
Como un altar humilde niegas el perfume de los pebeteros,
te basta el fósil del miedo para sentir la herida del desahuciado.
Eres el ramal de un río de carne que solo existe en el centro de la luz.
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