“Un terremoto es el puñetazo de Dios sobre la tierra”.
Dedicado a los fallecidos en Turquía y Siria, y en cualquier
lugar del mundo que padezca esta catástrofe..
Yo tenía recuerdos, amparo, un nido donde criar mi raíz,
las caricias de la luz en mi habitación sombría. Vertió
su lengua terrible el ogro que habita la vorágine del caudal,
tiembla el pilar, la pared y el ojo del espejo, retumban
los timbales con crisol de delirio, se rompe el esqueleto
de esta ballena ancestral que es mi casa, un foso oscuro
que engulle la claridad, una caída de polvo y niebla
de miasmas, una retícula en los ojos, la cal y el adobe,
la arcilla asustándome con alaridos de muerte, los hierros,
ya orín, y un corazón en llamas que grita en la noche
cuando el pánico es un vértigo de sangre, cuando flotan
en el aire simientes sin paz, pulsos perdidos, el lloro agrio,
cuando la extenuante sed implora, porque mi cuerpo
sufre y hay piedras que nunca conocí, y hay esquinas
que ahora son un féretro desnudo, y hay resquicios
por los que mi voz, como un duende, busca el inagotable
arpegio de un oído que escuche el dolor febril de la vida,
ya lánguido, hematoma de los relojes, cruz de cascajos,
mortaja o sudario que no quiero llevar en mí. Solo visten,
sin fe, al moribundo los ángeles que no lloran, y yo aún estoy vivo.
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