Bebí la sal de tu nombre
y me quedó el regusto amargo de tu ceniza.
Lo que dices sabe a miel
pero se instala en mi boca el ácido de los viernes cuando te alejas,
mi lengua es una caricia sobre la colina de tu pecho,
el manjar no es el ave trinchada,
ni el pez gris sobre una fuente de cristal,
ni el pastel con sus colmenas de bizcocho,
el manjar está en el aire
como un pensamiento que deshoja su flor
en mis papilas de niño.
Agria es la verdad de la noche,
ácido el crepúsculo bajo la lluvia,
acre la espada que hendiste en mi herida,
dulce el eco del amor ido si ahora me niegas.
En la saliva oculta no viven monstruos,
vive el duende gracioso
que derrama su filtro de jazmín y misterio
sobre mi paladar rosado.
Mi boca saborea febril el gusto de un tiempo sin mañana.
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