Siempre que te sueño viajas en un tren nocturno.
Un tren de largo de recorrido que no cesa de marchar,
un tren enormemente largo-kilómetros de vagones azules-
que se cimbrea como un látigo, que hiende la espesura
y los arrabales, que penetra en la umbría y levanta ondas de aire,
azotando las mieses con el bramido de un gran reptil metálico
que fluye a la velocidad del miedo, de la duda, del delirio.
Y mientras, tú, dormida en el último vagón, solitaria,
no reconoces los espacios de la luz, no sientes las vías,
solo sueñas arropada por el ritmo tribal del tren,
ajena a un viaje que no podrás ver desde los párpados cerrados.
Es una noche eterna, la tuya.
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