Ocurre que la lengua nota hormigas incesantes,
un río de antenas en soliloquio, declina la tarde
su ademán, mi voz no quiere sentir la condena,
se esconde en el reflejo de las paredes, es alba
sin luna, a veces figura geométrica a la que puso
alas un pájaro. Oigo el diapasón del tiempo en mi yugular,
hay un abismo del que brota el manantial del silencio negro,
son avispas de papel los números del calendario, pienso en algo
que no brilla, mate, como una superficie sin hadas, igual
que un terreno baldío donde no crecen espigas azules.
Convenzo a mi nombre que el teatro inverso de mi piel
no es más que una luz que se divierte, en mi interior
crío un monstruo que elige la sinrazón de lo oscuro.
Vibran las raíces antes de su metamorfosis,
el enjambre de los fantasmas duerme a la espera
del grito que solo oirá el ruiseñor. Sabed que al final
del pozo el envés de un espejo es la verdad de tu sombra,
entre los lirios se escucha el llanto y en las azucenas
late la canción del olvido. Qué dolor el del naufrago,
agua inhóspita, inmensidad, y un sol que reverbera en los ojos,
despiadado. En todos los silencios hay un muerto, en la voz
infantil una pregunta, en el aullido ninguna palabra
que explique lo que el tiempo le roba a la razón, así
la cáscara reluciente, que es como una isla en el lomo
del gran cetáceo blanco. ¿Cuándo concluirá el viaje, mar sin
patria ni horizonte, por el que navega a la deriva mi corazón roto?
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