miércoles, 19 de octubre de 2022

El que duerme es mi otro yo

 

Recordaré la huella cuando despierte

y al fin la sombra no exista.

 

Hay una constelación que se dibuja en los techos,

una ferocidad de números que el reloj marca con su luz roja,

mis ojos no necesitan párpados, ven, sin verla, la latitud de la umbría,

el río de la penumbra, mis oídos escuchan las voces

que la radio expele como un viejo ventrílocuo en éxtasis.

 

Ando sobre el parqué del suelo artificial,

me llaman los gnomos perdidos de la aurora,

el grifo gotea y yo, con ansiedad, lamo su molécula gloriosa,

su manantial conciso que gotea en la cruz del fregadero.

 

Bebo un trago del vino de ayer,

no sé si busco en mi memoria una luz,

solo sé que estoy condenado a transcurrir por las vías de la realidad,

pues los sueños pertenecen a otro,

a mi otro yo que ahora dormita

en la cama vacía.

 

Igual que un sonámbulo camino a ciegas,

rastreándome en los pasos que ya di.

.


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