La vida nocturna necesita la luz de los sueños.
El reloj de pajarita vuela como una mariposa irreal,
el teléfono de pared habla consigo en un diálogo íntimo,
la mujer que lleva un cántaro al fin lo colmó de agua,
en el óleo sigue siendo la misma.
Tras el espejo todos los mundos se vuelven uno,
en un vórtice infinito se entrecruzan los fantasmas,
me hablan de su hastío, también del tiempo
en que tuvieron un hogar.
Y en las habitaciones, aún perviven las confidencias
como un eco lejano que hace vibrar los cristales,
los libros que leí conversan
pero solo pueden pronunciar las palabras que cada uno oculta dentro,
los ojos del gato que murió un jueves brillan en la oscuridad,
el olor de las macetas es un fino aroma
que llega, confiado, hasta mi respiración.
Todos los objetos viven antiguas historias cada noche,
cuando la luz los enciende se marchitan como la flor negra
de los desiertos.
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