Amo la
lluvia porque cae y no se detiene.
Me moja su
aliento líquido
en las
adormecidas tardes del café.
Recorrí el cristal
donde dejabas tus huellas,
no vi más
que una sombra que huye.
Caminar es
tan simple como el rito de la palabra,
mecánica doble
que ejercemos sin querer.
Acercarnos a las orillas,
descubrir la soledad del extrarradio,
y luego la
nostalgia del frenesí de los bares,
sin el río,
ni el árbol
ni la
escombrera.
Presentimos
dos luces en una sola luz,
el sol es
un espectro, mientras la noche brilla
desde un
pedestal en llamas.
Tú te
desnudas en el alcohol,
y yo me
visto con un ropaje inventado por ti.
De muy
lejos llega la música para nosotros,
dime que
hay un perdón por existir
que no nos
compete, dime que,
en este
momento, y ya para siempre,
hemos
vencido.
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